Una serie de eventos desafortunados.

El reino no siempre había sido así, de hecho, no siempre había sido reino. En principio fue tan solo una casa, de piedra y un poco alta, pero una casa al fin. Cuando la Principepa, antes llamada Pepa llegó, decidió que necesitaba más torres.

—¿Cuántas torres ves? —le dijo a Pinoy, que aún no era comandante.

—Ninguna —le dijo él confundido.

—Exacto, ¿y yo cuántas quiero?

—No sé, no tengo la menor idea.

—Tus ideas siempre son menores, Pinoy, no como las mías. Quiero una torre.

Será por cortesía o por ignorancia, pero Pinoy decidió hacerle caso a quien entonces era su hermana, y le construyó una torre. Lo que no esperaba es que su hermana, lejos de estar contenta, quisiera un poco más.

—Hermana, ¿te gusta la torre? —le preguntó Pinoy, esperando su aprobación. Pero su hermana estaba muy ocupada pensando en lo que vendría.

—No sé, no puedo verla —le dijo.

—¿Cómo no?, si está justo delante suyo.

—Es que no puedo verla porque estoy ocupada viendo que falta una muralla.

—¿Una muralla, para qué? —le preguntó su hermano.

—¿Cómo, para qué? Para el castillo, ¿o conoces castillos sin murallas?

—Creí que solo era una casa —le dijo Pinoy suspirando. Pero aun así le construyó una muralla. Cuando terminó, su hermana creyó que necesitaban una fosa con lagartos y todo, pero Pinoy no sabía mucho de lagartos así que solo hizo una pequeña fosa, lo suficiente como para darle un aspecto castillesco y después quiso buscar un lagarto, pero ninguno quiso cuidar el castillo porque el foso les parecía un poco aburrido, así que lo llenó de grillos y le dijo a Pepa que en realidad eran lagartos muy bebés, pero feroces, feroces lagartos bebés que hacían ruidos como de grillos, pero lagartos al fin.

Cuando terminó, su hermana, lo miró y le dijo:

—Ay Pinoy, ahora ya se parece a un castillo, pero ¿sabés qué falta?

—¿Qué falta ahora? —dijo él.

—No, no, no falta de ahora, faltaba de antes  —le insistió su hermana —. Falta una bandera.

—¿Y una bandera para qué?

—Pues, para que sea un reino.

—¿Y para qué queremos un reino? —le preguntó confundido su hermano.

—¿Cómo para qué? Para tener una reina.

—¿Y la reina quién va a…? —decía Pinoy cuando se dio cuenta de qué iba la charla.

Así que le consiguió una bandera, que en realidad era un trapo, pero lo colgó en un palo y parecía muy banderil. Y como a su hermana le gustó, pensó que era suficiente y fundó el reino, pero como no tenía mucha idea de qué nombre ponerle, le llamó El Reino.

—Es un nombre simple pero con personalidad —dijo—. Sabés, hermano, ¿por qué las cosas tienen nombre?

—Para distinguirlas —dijo Pinoy.

—Exacto, pero si solo hay una en todo el universo, entonces no necesita nombre.

Y así fue cómo le llamó “El Reino” a su nuevo reino, porque como era único, todos iban a saber cuál era, pero no contó con que en realidad no era el único reino, y sin ir más lejos, ni más cerca, eso explicaría después por qué nunca le llegaban las cartas.

Pero como toda reina, le pareció poco juvenil título y decidió que le dijeran princesa y ¿por qué no?, Principepa, para no olvidar su nombre, pero eso sí, decía siempre, «sigo siendo la reina y demando».

—¿Sabes qué falta, Pinoy?

—¿Qué falta? —le dijo el Pinoy.

—La coronación, y para eso necesitamos una corona y una “ción”.

—¿Y la “ción” sería? —le preguntó su hermano confundido.

—Yo no sé, eso no son cosas de reina. Consígueme una corona y una “ción”. Entonces el Pinoy le consiguió una hermosa corona, hecha de flores y palitos que encontró en el bosque, pero como no sabía qué era la “ción”, invitó a todos los animales que pudo encontrar por el bosque: desde patos hasta conejos, una jirafa y un elefante, que al final no fue porque no había suficiente maní.

Con tanta mala suerte que, sin saberlo, cuando llegaron los conejos, la Principepa autocoronada reina los nombró sirvientes, porque, «todos sabemos quién no quiere servir a tan hermosa reina», dijo.

—Aparte viven en mi reino y no estaría bien que alguien les mande cortar la cabeza.

Los conejos, por las dudas, siguieron órdenes y se enlistaron bajo el ala real. Y al Pinoy, como era tan diligente y abocado, le fue concedido el puesto de Comandante Real de los Conejos y Animales, Enemigo de los Carpinchos y Protector de la Muralla Real, Salvador de las Gaviotas y Cualquier Otro Bicho con Alas (así lo llamó la Principepa, no es un error de redacción), y como el título era muy largo, le decían simplemente comandante Pinoy.

 

Y esta fue la vez que se creó “El Reino”.

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