Los turistas chinchillas.

Cuando llegaron los primeros huéspedes el comandante Pinoy se arrepintió enseguida. En realidad, ya se había arrepentido de haber escuchado a la reina una vez más y haber convertido el castillo, o parte de él, en un hotel para bichos turistas.

Del taxi bajaron dos pequeños animales con forma de hámster, pero a juzgar por sus orejas puntiagudas y sus bigotes largos más de un conejo hubiese jurado que se trataba de un animal distinto. El comandante Pinoy les pidió sus pasaportes y notó que aún tenían parte del asiento del taxi entre sus colmillos. <<El viaje es muy largo>> se quejó la señora Claude y se disculpó por los modales de su marido, << No puede estar más de tres minutos sin roer>> dijo y se volvió para ver como su marido ya mordisqueaba la pata de un conejo.

—¿Bienvenidos, señora y señora?  — pregunto el comandante devenido a conserje.

— Somos Claude…

—Y Red — añadió el otro animal dejando de roer por un segundo.

—¿Los señores, son…? — se atrevió a preguntar el Conserje Pinoy

—Los señores y señoras no somos, pero estamos. Muy cansados, eso estamos— le dijo y le señalo las valijas.

El comandante Pinoy, mejor dicho, el conserje Pinoy palmeó sus manos dos veces y un conejo vestido de negro apareció inmediatamente delante de él.

—Mande — dijo acomodándose el moño.

Pero el conserje Pinoy no respondió, miro las valijas, luego miro fijamente al conejo y levantó sus cejas. El conejo confundido miro las valijas, miro al conserje y luego levantó sus cejas también.

—Cof, cof— dijo el conserje Pinoy fingiendo una tos. volvió a mirar las valijas, volvió a mirar al conejo y movió su cabeza hacia los lados mientras movía las cejas.

El conejo entonces comprendió lo que pasaba, miro a Pinoy, miro las valijas, miro de nuevo a Pinoy, dio media vuelta, hizo tres pasos para atrás y subió una de sus manos mientras que con la otra se tocaba la nariz.

—¿Se encuentra ese conejo bien? — pregunto la señora Claude.

—En excelente forma— le dijo Pinoy —están entrenados para subir las maletas con la menor cantidad de dialogo posible.

—Y funciona?

— Ni por asomo— tuvo que reconocer el conserje Pinoy.  Y no tuvo otra opción más que cargas las valijas él mismo mientras los conejos se pasaban señas incomprensibles. Habían practicado toda la tarde antes de la llegada de los huéspedes varios tipos de señas. Con una seña subir las maletas, con otra preparar la comida, si todo salía mal, incluso había una seña especifica de hacerse los dormidos. El problema es que este último lo respetaban tan bien que cuando pretendían dormir ya no había seña que los levantara hasta el día siguiente, así que por motivos obvios tuvo que ser removida. De todos modos, como la doctora Gacela ya le había anticipado, los conejos tienen muy poca memoria y la usan de forma selectiva, así que al momento de usar las señas los conejos se olvidaron de absolutamente todo lo practicado y decidieron improvisar como era su costumbre. Cuenta la historia que una vez que Pinoy subió las maletas, de alguna manera los conejos se escurrieron en la habitación y las volvieron a bajar, porque al menos eso habían entendido.

 

El conserje Pinoy les mostró la habitación a los animalitos que ya estaban un poco fastidiados por haber tenido que subir escalones tan grandes.

—Cama, palitos de roer, rueda de correr, botellita de agua…— explicaba Pinoy.

—Perdón, como dijo? — lo detuvo Red.

—De agua?

—No, antes.

—Botellita?

—Antes de eso también.

—Rueda de correr? — dijo el conserje confundido.

—Usted nos toma por hamsters?

—Ay nos toma por hamsters—dijo Claude y se tocó el pecho mientras se tiraba hacia atrás fingiendo una especie de desmayo muy parecida a los desmayos que fingen los demás roedores cuando están angustiados.

—No, como los voy a tomar por hamsters si ustedes son unas auténticas…—dijo Pinoy.

—Autenticas?… — le dijo Claude frunciendo las cejas peludas.

—Autenticas…

—Vamos hombre, dígalo.

—Mangostas? — arriesgo Pinoy.

—Ay nos dijo mangostas— dijo Red y se revolcó para el otro lado sin dejar de tocarse el pecho.

El viejo animalito se enfureció, para un animal de su tipo no había nada peor que ser confundido con una mangosta. Son flacas, les falta pelo y se paran en dos patas. << Donde se vio una mangosta roer? ¿dónde?>> pregunto al aire mientras trataba de consolar a su mujer que ya se revolcaba para el otro lado.

—Chinchillas— dijo la mujer finalmente acomodándose el sombrero.

—Chinchillas— repitió el conserje Pinoy tratando de pensar si eso era una palabra en otro idioma o realmente se trataba de un animal.

—Que lindas las chinchillas— dijo finalmente— tengo un primo que chinchilla también.

—Y como se llama? — le pregunto Claude

—Mario— dijo dudando Pinoy.

—Que nombre más raro para una chinchilla— se dijeron unos a otros. Y el conserje Pinoy no supo que decir. Mentir no es bueno, nunca, pero sobre todo si te atrapan reflexiono para sí mismo y se retiró dejándolos solos en la habitación antes que descubran la mentira de sobre su primo.

Pasaron menos de dos horas, pero definitivamente más de una cuando sonó la jirafa Marta en el lobby del improvisado Hotel. Y para aquellos que se preguntan cómo suena una jirafa la realidad es que no suenan, pero son animales muy leales y entienden cuando se las necesita, así que el sistema era muy sencillo. Marta dormía con la cabeza dentro de la habitación de los huéspedes y si estos necesitaban algo del lobby, el animal solo tenía que bajar su cuello hasta el lobby e informar el asunto.

—Se acabaron los palitos— dijo Marta al oído del conejo en la recepción.

—Se acabaron los palitos— le dijo el conejo a la tortuga mensajera quien rápidamente se dispuso a llevarle el mensaje al conserje Pinoy que se encontraba solo a unos metros de distancia.

Horas más tarde cuando el sol ya volvía a salir la tortuga finalmente se acercó a Pinoy y le comento el asunto. El conserje Pinoy sabía muy bien de que se trataba y se lamentó haberle dado la oportunidad a la tortuga de ser mensajera. Corrió rápidamente hasta la habitación de las chinchillas y los encontró a ambos royendo las paredes. Se habían comido todo, los palitos, la mesa, la rueda para hámsters, los cuadros de la Principepa posando en navidad, las camas y demás cosas que pudieron encontrar. No habían dejado una sola miga de madera en metros a la redonda.

—Le ruego disculpe a mi marido— dijo Claude— se pone un poco nervioso cuando se acaban los palitos de roer.

Y dicho esto salieron ambos ofendidos por el mal trato en el hotel, <<Primero que somos mangostas, ahora esto>> dijo Red <<así no se puede vacacionar>> dijo antes de entrar al taxi.

 

Y así fue la vez que el castillo casi se hace Hotel, pero al final no porque no hubo mas palitos.

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